Una vez, llegó a la selva un búho que había estado en cautiverio, y explicó a todos los demás animales las costumbres de los humanos. Contaba, por ejemplo, que en las ciudades los hombres calificaban a los artistas por competencias, a fin de decidir quiénes eran los mejores en cada disciplina: pintura, dibujo, escultura, canto… La idea de adoptar costumbres humanas prendió con fuerza entre los animales y quizá por ello se organizó de inmediato un concurso de canto, en el que se inscribieron rápidamente casi todos los presentes, desde el jilguero hasta el rinoceronte. Guiados por el búho, que había aprendido en la ciudad, se decretó que el concurso se fallaría por voto secreto y universal de todos los concursantes que, de este modo, serían su propio jurado. Así fue. Todos los animales, incluido el hombre, subieron al estrado y cantaron, recibiendo un mayor o menor aplauso de la audiencia. Después anotaron su voto en un papelito y lo colocaron, doblado, en una gran urna que estaba vigila
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